COMO EN 1.833, LOS BRITANICOS DESEMBARCAN EN MALVINAS

Uno de los planes originales que teníamos con mi hermano, mientras organizábamos el viaje, contemplaba recorrer, cuando nos dirigiéramos a Darwin, la zona de Puerto y Establecimiento San Carlos, que se encuentran a unos 30 km. al norte del istmo de la Isla Soledad, sobre el estrecho del mismo nombre.

Desembarco Inglés

Esos lugares fueron escenarios claves durante la contienda bélica de 1982, al haber sido elegidos por los británicos para efectuar un desembarco de grandes proporciones, constituir una fuerte cabeza de playa, y luego iniciar su marcha terrestre sobre las defensas argentinas de Darwin, Pradera del Ganso y Puerto Argentino, consumando pocas semanas después, un nuevo ultraje, como el de aquél lejano 3 de enero de 1.833.

Mientras desayunábamos en la hostería Darwin House, donde habíamos pasado la noche anterior, deliberábamos con “Pali” sobre la conveniencia de ir o no hasta allí: en particular a Establecimiento San Carlos, sitio de particular interés, ya que en esa Estancia se encuentra, además, el cementerio británico, donde descansan los restos de 15 royal marines -del total de 255 bajas que tuvo el Reino Unido.


En principio, por referencias del “padrino” de nuestro viaje, Alejandro Scomparín, no tendríamos inconvenientes con los residentes locales, en particular con el dueño de la estancia (recordemos que estos lugares, como tantos otros que hemos visitado, se encuentran dentro de propiedad privada). Sin embargo, la duda se nos clavó como una espina, cuando el día previo, en Puerto Argentino, escuchamos comentarios de veteranos de guerra respecto a que el propietario de Establecimiento San Carlos, siente una especial aversión por los argentinos y consecuentemente a más de uno le ha hecho pasar un mal momento. Se trata un kelper que durante el conflicto estuvo cautivo de los argentinos casi un mes y medio, cuando tenía pocos años de edad, lo que seguramente le produjo algún trauma difícil de superar.

Mientras compartíamos el café con leche, intercambiábamos comentarios sobre las exhaustivas tareas de inteligencia que hicieron los ingleses previo al desembarco en San Carlos. Así recordamos que luego de examinar sigilosamente las posibles playas para efectuar un asalto anfibio de dimensiones, el Almirante de la Flota, Sandy Woodward y el Brigadier Julian Thompson, decidieron que efectuar la operación en proximidades de Puerto Argentino sería demasiado arriesgado, ya que se estaría al alcance de la artillería y cañones que la defendían.

Por tal motivo planearon la operación sobre la costa oeste de la Isla Soledad, a más de 90 km de la capital, penetrando por la boca norte del Estrecho que la separa de la isla Gran Malvina: a criterio de los británicos, San Carlos ofrecía un amplio espacio para desplegar la infantería en varias playas a la vez, y al mismo tiempo una protección natural para los barcos brindada por las alturas que rodean el ingreso a la bahía. De esta manera, la inteligencia militar argentina a nivel estratégico, que había aglutinado el grueso de su defensa sobre Puerto Argentino suponiendo un ataque directo sobre ella, demostraba sus falencias una vez más.

Así fue que la Operación “Sutton”, como se dio en llamar a la acción de desembarco, dio inicio durante la noche del 20 al 21 de mayo de 1982, con el ingreso de varios buques británicos sobre el acceso norte del Estrecho de San Carlos, en busca de la bahía homónima.  En el lugar, tan solo se encontraba una reducida fracción argentina, de unos 60 hombres, al mando del Teniente Primero Carlos Esteban, cuya misión era dar el alerta temprana y hostigar, dentro de sus posibilidades, a los barcos ingleses. Era el famoso equipo de combate “Guemes” de destacada actuación en dicha jornada.


Teniente Primero Carlos Esteban

Llegó el momento de dejar Darwin. Debíamos regresar a Puerto Argentino, y decidimos hacerlo por el norte de la isla, a fin de conocer algunos sitios emblemáticos de la guerra, como el puente del Arroyo Malo y Monte Kent, entre otros. Arrancamos en nuestra 4x4 rentada, aún dudando si entraríamos o no a Establecimiento San Carlos: ir solos –sin guía local- era jugársela a que el dueño no se encontrase en el lugar; por el contrario, si nos topábamos con él, arriesgarnos –eventualmente- a sufrir algún inconveniente. Más de un veterano nos contó que en alguna oportunidad les “soltó los perros” a los visitantes, como “bienvenida”; justo a mí, que tengo pánico a las mordeduras de perros, me vienen a contar semejante historia.



Teníamos unos 25 km por delante para definir la cuestión. Conoceríamos varios “ríos de piedra” y luego, según los mapas que habíamos estudiado, encontraríamos un cruce donde, si seguíamos de largo llegaríamos a San Carlos; en cambio, si doblábamos a la derecha lo dejaríamos atrás irremediablemente.


Realmente tenía ganas de conocer los lugares donde la sección del subteniente Reyes había hecho fuego, con sus dos cañones sin retroceso de 105 mm y morteros, contra los primeros barcos que penetraron al estrecho, en la denominada “altura 234”.

También el derrotero del bravo teniente primero Esteban y su sección de tiradores de la Compañía C del Regimiento 25, quien luego de cumplir su misión de dar el alerta temprana del desembarco inglés a sus superiores de Darwin y Puerto Argentino, procedió a replegarse hacia retaguardia, dada la abrumadora superioridad británica, no sin antes derribar tres helicópteros a fuego reunido de fusiles -un Sea King y dos Gazelle- que se habían destacado en su persecución, evitando ser tomados prisioneros y logrando ser evacuados con éxito, un par de días después, a la capital.

Como era de suponer, no obstante la heroica actuación de la sección de Carlos Daniel Esteban (no confundir con Eduardo Esteban, actual director del Museo Nacional Malvinas), la envergadura de la flota que había penetrado en el lugar hizo imposible cualquier intento de desarticular la maniobra inglesa; el contraataque de las fuerzas argentinas establecidas en Darwin y Pradera del Ganso -que esperaban los británicos- nunca llegó, lo que facilitó el despliegue enemigo.

De esta forma, a pesar de los repetidos y audaces ataques de nuestra Fuerza Aérea sobre la flota colonialista, que hundieron a las fragatas Ardent y Antelope, y causaron averías a otras tres, en pocos días los ingleses pudieron consolidar su cabeza de playa, desembarcando alrededor de 5.000 hombres y 15.000 toneladas de municiones, armamentos y pertrechos bélicos de toda índole. En breve, parte de esas fuerzas se dirigiría hacia Darwin, librando la primera batalla terrestre de la contienda contra las tropas nacionales.


El tiempo de dudar se acababa: según nuestros cálculos faltaban apenas un par de kilómetros para el cruce que iba hacia el Establecimiento. Pali estaba más convencido de entrar que yo. En mi caso, seguía totalmente indeciso. De repente, subiendo una suave pendiente, vimos un cartel: apenas medio kilómetro más adelante, se encontraban San Carlos y Blue Beach. Hacia la derecha, (yendo hacia Race Point) Puerto Argentino. Nos detuvimos. Había que seguir o doblar.


El momento de la decisión había llegado: mi hermano la delegó en mí, al ser el mayor de los dos. Tuve que hacer un rápido análisis de las circunstancias. Quería visitar esos lugares, pero razoné que ello no podía ser a cualquier precio. ¿Qué motivo había para hacerlo? Estábamos concretando un viaje soñado, histórico, emocionante, y no deseaba que un hipotético contratiempo con un kelper, con más razón si se ponía violento, lo arruinase.

Así fue que finalmente nos pusimos nuevamente en marcha y doblamos a la derecha, dejando el cementerio británico y Establecimiento San Carlos atrás. No haber conocido esos sitios me dejó un sabor amargo, muy amargo…. De todos modos, me consuela la certeza de que, el día que regrese a las Islas, volveré con un guía local y, con permiso previo, sabré qué camino tomar.

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