EL EFECTO DE LA LABRANZA CONVENCIONAL OCASIONAL EN SUELOS DE SIEMBRA DIRECTA
La aparición de malezas tolerantes y resistentes a distintos principios activos, principalmente a glifosato es una de las últimas causas que lleva a algunos productores y técnicos a volver a la labranza.
Este comportamiento es común observarlo cuando se sale de pasturas hacia un cultivo agrícola, cuando quedan algunas huellas de la cosecha, o bien cuando algún costo relacionado con herbicidas o fertilizantes pareciera que se mueve más de lo deseado. Al respecto, la aparición de malezas tolerantes y resistentes a distintos principios activos, principalmente a glifosato es una de las últimas causas que lleva a algunos productores y técnicos a volver a la labranza.
Obviamente, que en situaciones particulares, como un huelleado por cosecha, puede que la única opción viable y factible sea una labranza. Justamente, el objetivo de esta nota no es demonizar una labor, ni ser dogmático. Pero sí es importante, entender cómo funciona un suelo en siembra directa continua y analizar qué mecanismos se desencadenan al realizar una labranza ocasional. Conocer e interpretar es una herramienta útil para que cada productor tenga clara noción de lo que sucede al tomar esta decisión. En esta nota, de fácil lectura los invito a repasar algunos conceptos básicos que nos ayudaran a pensar, para luego actuar.
Materia orgánica, el tesoro más preciado
Un concepto que todos los productores que practican el sistema de siembra directa tienen claro es el que siempre pregona Joao Carlos de Moraes Sá: “En este sistema productivo deja de existir la capa arable dando lugar a otra capa enriquecida con residuos orgánicos, alterando la dinámica de la materia orgánica y el ciclado de nutrientes”.
Con esta frase, el investigador brasileño, subraya que la no roturación sumada al retorno de los rastrojos – para lo cual la inclusión de gramíneas es fundamental – estimula a la formación de un volumen superficial de suelo enriquecido en materia orgánica.
Además de existir una ganancia neta de materia orgánica en los suelos manejados en SD bajo rotaciones que aporten altos volúmenes de rastrojos, la misma se produce en los primeros centímetros de suelo. Existe una estratificación de ese “plus” de materia orgánica en los 10 cm de suelo, diluyéndose el efecto a mayor profundidad.
Moraes Sá, luego de 10 años de comparar un sistema de SD y otro basado en labranzas concluye su trabajo afirmando que “a largo plazo, la siembra directa aumentó la materia orgánica del suelo en un 54% en la capa de 0 a 10 centímetros en relación a la preparación convencional”
Sin embargo, esta es sólo una parte de los resultados. La otra – y tal vez la de mayor impacto en este contexto de análisis- se relaciona con los aspectos cualitativos de la ganancia. Sucede que la contribución de los rastrojos en el incremento de la materia orgánica se da en las fracciones más oxidables; es decir, aquella que frente a un factor externo que favorezca una oxigenación violenta del suelo (como sucede con una labranza) se pierda rápidamente.
Biología de suelo
El tipo de labranza ha demostrado tener un gran efecto sobre la distribución de los residuos y nutrientes en el suelo. En un estudios realizado por Montero se evaluaron durante dos años los niveles y tendencias microbiológicas de suelos con diferentes antigüedades en SD bajo la secuencia maíz/soja. Durante los 21 meses de estudio, Montero observó “una tendencia creciente, tal que existió un aumento de hasta 219% en el carbono microbiano en los lotes con mayor antigüedad”. Simultáneamente, los cultivos de maíz y soja promovieron “incrementos de 28 % y 12 % en los contenidos de materia orgánica”. Esto reflejó la respuesta de los microorganismos del suelo a la acumulación de rastrojos que se produce, a través de los años, en los suelos superficiales tratados con SD.
En conclusión, menciona el autor “los cultivos de maíz y soja realizados durante dos años en un suelo que tenía seis y nueve años de SD, mostraron un efecto positivo sobre la microbiología del suelo superficial. La rotación de cultivos mencionada suministró adecuadas cantidades y calidades de residuos orgánicos porque, además de promover aumentos en los contenidos de materia orgánica, estimuló al incremento biomasa microbiana y de su actividad”. Todo sin olvidar que “el suelo del lote con más años de SD liberaba menores niveles de CO2, lo cual sugiere una protección de la materia orgánica contra el ataque microbiano, favoreciendo el secuestro de carbono”.
Se puede concluir que el tipo de labranza ha demostrado tener un gran efecto sobre la distribución de los residuos y nutrientes en el suelo. Específicamente, la implementación de la siembra directa tiende a mejorar las propiedades biológicas, químicas y bioquímicas de los suelos, y cambia la composición, distribución y actividades de las comunidades microbianas (Montero y Sagardoy, 2001). Por otro lado, estos resultados que llevaron años pueden revertirse drásticamente por acción del hombre; por ejemplo con una simple labranza superficial que exponga al suelo a una oxigenación violenta, y a la vez exponga a la materia orgánica a la acción de los microorganismos.
Porosidad, aspecto clave en el uso del agua
En SD como resultado de los canales generados por lombrices e insectos, y de los que dejan las raíces de los cultivos se regenera permanentemente un sistema de macroporos que permiten una mejor dinámica del agua comparado con sistemas con labranzas. Estos macroporos son continuos y menos tortuosos – ya que copian la forma de la raíces-, y más estables que los “espacios” creados por la labranza; resultando ser, en consecuencia, más efectivos para el ingreso y movimiento del agua y del aire y para el crecimiento de nuevas raíces. Dado que el mayor crecimiento y densidad de raíces se da en el volumen superior del suelo y que los insectos responsables de las galerías y túneles buscan alimento y refugio debajo de los rastrojos, resulta evidente que la macroporisidad asociada a sistemas de SD se concentra en los primeros 30 cm del perfil edáfico.
Consecuencias de una labranza
Al realizar este rápido repaso por las condiciones físicas, químicas y biológicas que se modifican al trabajar en sistemas sin laboreo queda en evidencia que las principales diferencias con sistemas convencionales se encuentran en el volumen de suelo comprendido entre los cero y diez centímetros de profundidad. Ni más ni menos, la que se afecta con las labores mecánicas, por más superficiales que sean.
Por lo tanto, si se efectúa una labor en un lote que hace varios años es manejado en SD se desencadenarán una serie de procesos que se describen a continuación:
– Se producirá una oxigenación violenta que estimulará a la mineralización de la materia orgánica. Como una importante proporción es lábil rápidamente se oxidará, dando como resultado una disminución de la fracción joven – o rápidamente oxidable -, lo cual será acompañado con un pulso de mineralización (aporte puntal de nitrógeno y otros nutrientes asociados a la materia orgánica).
– La cobertura aportada por los rastrojos disminuirá drásticamente con los perjuicios sobre la protección del suelo frente a lluvias y viento, sobre la economía del agua -por nombrar los más evidentes.
– El sistema de macroporos continuos que habían sido generados por la actividad de raíces, lombrices e insectos son destruidos y reemplazados por espacios no continuos e inestables ocasionados por las labranzas, con consecuencias negativas sobre la dinámica de ingreso y movimiento de agua en el suelo.
– Se afectará marcadamente la estabilidad del ambiente edáfico, lo cual afectará a las poblaciones de microorganismos del suelo.
Y esto no es todo. La ganancia en materia orgánica, porosidad, estabilidad estructural, y biología de suelo que habíamos logrado con años de SD es posible que se derrumbe rápidamente y costará varios años recuperarla.
Por lo tanto, antes de realizar una labranza ocasional cada productor debería meditar y valorar el impacto en la productividad de todas estas mejoras logradas con años de implementación de un sistema de producción bajo SD. Y por otro lado, analizar las verdaderas causas que llevaron a tener que recurrir a una medida drástica. Mayormente, cuando existe la tentación de la labranza, la causa básica se encuentra en un manejo no sistémico de la siembra directa; ya sea por falta de rotación de cultivos, por una inadecuada intensidad de rotación o bien por la repetición sistemática y no planificada de principios activos o familias de herbicidas con idéntico mecanismo de acción.
Es preciso diagnosticar las causas de los problemas y no caer simplemente en soluciones simplistas, que poco tiene que ver con las Buenas Prácticas Agrícolas y el manejo de sistemas biológicos de manera sustentable. Y si la situación extrema lleva a tener que realizar un laboreo, entender qué medidas serán las que permitirán recomponer cobertura, porosidad y acumulación de materia orgánica. No hay dogmas, no hay recetas. Sí debe haber conocimiento aplicado.
Secuestrando carbono
Las plantas naturalmente realizan, en presencia de luz solar, un proceso denominado fotosíntesis mediante el cual generan los diferentes tejidos que las forman. Para ello toman agua y nutrientes del suelo, y dióxido de carbono de la atmósfera. Cuando mueren, los restos vegetales – ricos en carbono – quedan sobre la superficie del suelo y son descompuestos por diferentes organismos en forma sucesiva. En este proceso biológico de transformación, parte de ellos pasan a formar la materia orgánica del suelo; convirtiéndose en un reservorio de carbono.
Este proceso natural, que ocurre en una pradera, en un bosque o en el jardín de una casa puede ser modificado por la actividad humana. La agricultura con labranzas es una actividad emisora de dióxido de carbono. Al roturar en forma recurrente el suelo la agricultura tradicional promueve la oxidación de la materia orgánica a tasas elevadas. Y, si bien parte de ese carbono vuelve a través de los rastrojos, el balance final en suelo es negativo. Esto provoca una disminución de los tenores de materia orgánica, la cual se pierde en forma de dióxido de carbono a la atmósfera.
Sin embargo, si la agricultura se realiza bajo siembra – en un marco de rotación de cultivos y reposición de nutrientes – contribuye a aumentar los porcentajes de materia orgánica del suelo, favoreciendo el secuestro de carbono y mitigando; en consecuencia, el efecto invernadero. Los residuos de los cultivos al no ser perturbados son descompuestos lentamente por los organismos del suelo, haciendo que se acumule materia orgánica ya que queda protegida dentro de los agregados del suelo. Por otro lado, la ausencia de laboreo no solo hace que esa materia orgánica no caiga drásticamente, sino que la protege propiciando su aumento hasta alcanzar un nuevo equilibrio.
El esqueleto del suelo
Las partículas constitutivas del suelo -arena, limo, y arcilla – se encuentran ordenadas y unidas entre sí y junto a la materia orgánica, constituyendo los que se denominan agregados. Al hacerlo quedan determinados espacios a los que se denomina poros; los cuales en conjunto reciben el nombre de sistema poroso.
Para Rodolfo Gil, especialista del Instituto de Suelos del INTA Castelar, “el sistema poroso del suelo impacta directamente sobre el balance de agua (entradas y salidas del sistema), en el funcionamiento hídrico (relaciones agua-planta), en la entrada y difusión de gases y de calor, y en el desarrollo y crecimiento de las raíces”.
La relación entre la capacidad de almacenaje y el movimiento del agua en los suelos, con la porosidad es evidente y fundamental. Sin embargo, no es solamente “la cantidad total de poros lo que define el comportamiento hídrico del suelo, sino también y en muchos casos de manera predominante sus características específicas, en términos de forma, tamaño y distribución”, concluye el especialista. En este sentido, la siembra directa aporta poros grandes (macroporos), continuos y estables.
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