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El ex presidente Fernando De la Rúa falleció en la madrugada de este martes 9 de julio, a los 81 años. La familia informó que el fallecimiento se produjo a las 7:10 en el Instituto Fleni de Escobar. En las últimas horas, el ex mandatario había sido internado por una descompensación generalizada. Macri lamentó la muerte de De la Rúa y decretó tres días de duelo nacional
Política09 de julio de 2019El 12 de diciembre de 2018, De la Rúa compartió una cena de fin de año en la que se lo vio por última vez en público. Clarín supo de algunos invitados que por un lado estaba muy animado y en el brindis pidió por el bienestar del país. Pero por el otro, también lo vieron desmejorado físicamente.
De origen radical y larga trayectoria en la vida política del país, De la Rúa quedó marcado por la crisis de 2001, que provocó la salida del Gobierno al que había llegado para suceder al menemismo en 1999, encabezando la Alianza.
Aquel 20 de diciembre de 2001 a las 19.45, el texto con la renuncia de Fernando de la Rúaa la presidencia de la Nación comenzaba a distribuirse en la sala de periodistas de la Casa Rosada. Siete minutos después, el helicóptero que llevaba a De la Rúa había despegado del helipuerto en la misma sede gubernamental. Todavía el humo cubría la zona céntrica de Buenos Aires, eco de las manifestaciones y los enfrentamientos con la Policía.
âLa noche anterior, habían sido amplios sectores los que -con marchas y cacerolazos- habían repudiado al Gobierno. En la mañana y en el mediodía del 20, directamente eran batallas en las calles. Y volvían los saqueos en el Conurbano, Rosario y varios puntos del interior. La situación no daba para más.
Para el doctor Fernando de la Rúa no sólo fue el fin de su presidencia, fue también el fin de su carrera política. Para el país, también era el final de un ciclo, el epicentro de dos de las jornadas más convulsionadas de su historia (19 y 20) y el comienzo de una larga incertidumbre: cinco presidentes en diez días, hasta que el Senado proclamó a Eduardo Duhalde para que asumiera al frente de una transición.
En su meticulosa, programada y prolija campaña de ascensión a las cumbres de la política, De la Rúa jamás hubiera imaginado un final así. Pero sucedió. La fina construcción de su presidencia se derrumbó apenas surgieron los problemas. La popularidad del 75% con la que asumió el 10 de diciembre de 1999 se evaporó en pocos meses y la misma Alianza entre radicales y centroizquierda (Frepaso) se desintegró con la renuncia del vicepresidente Carlos “Chacho” Alvarez tras el escándalo por las coimas en el Senado.
Entre el agotamiento de un sistema económico -que ya mostraba esos signos en el final del menemismo- y la falta de respuestas desde la política, el capital de Fernando de la Rúa se fue consumiendo. Terminó casi en soledad, con amplios sectores de su mismo partido negociando una salida con un peronismo más fortalecido por sus gobernadores y el recuperado dominio del Senado. Aquel estallido de diciembre de 2001, final de ciclo, marcó también una declinación económica de la que llevaría tiempo recuperarse (con índices pavorosos en desempleo y pobreza).
Después de ganar las elecciones del 24 de octubre de 1999, De la Rúa asumió la presidencia el 10 de diciembre del mismo año. Carlos Menem le entregó el mando.
Más allá de las explicaciones que el propio De la Rúa daría en entrevistas posteriores, a lo largo de varios años y que constituyeron sus únicas reapariciones públicas, lo cierto es que quedó aquella imagen. La de una presidencia débil y dubitativa, y un final catastrófico. Inimaginable.
De la Rúa había nacido en Córdoba, el 15 de septiembre de 1937, y su fibra radical venía por herencia: su padre Antonio fue un destacado dirigente de la UCR y ministro de Amadeo Sabattini, cuando éste ejerció la gobernación. Aunque contaba de una infancia divertida, aventurera, lo cierto es que se destacó como estudiante: lo hizo en el Liceo Militar, donde fue abanderado. También se recibió con medalla de oro en la Facultad de Derecho, en la Universidad Nacional de Córdoba.
Los estudios eran paralelos a su militancia y fue convocado por el presidente Arturo Illia como jefe de asesores en el Ministerio del Interior, en aquel período que marcó un paréntesis entre tantas asonadas militares (hasta que el propio Illia fue derrocado para la instauración de otra dictadura, la de Onganía).
La aparición de Fernando de la Rúa como un hombre de batalla para las elecciones tuvo algo de casual. Fue en 1973. En medio del fervor peronista -la vuelta de su líder, las elecciones del 11 de marzo-, Héctor Cámpora ganó ampliamente la presidencia. Pero en la Capital Federal, hubo una tregua para aquella ofensiva del Frejuli (el frente liderado por el peronismo). Ocurrió en la elección para senadores ya que uno de los dos candidatos del Frejuli, Marcelo Sánchez Sorondo, era un nacionalista de ultraderecha, demasiado para los propios camporistas.
Así el Frejuli no reunió el 50% necesario en la elección de senadores, se requirió una segunda vuelta que se planteó con el enfrentamiento Sánchez Sorondo vs. De la Rúa, el candidato radical. En medio de tanta debacle a nivel nacional, el radicalismo tuvo entonces la oportunidad de celebrar un triunfo. Y De la Rúa, a quien ya apodaban “Chupete” por su juventud para el cargo, quedó como una carta ganadora.
Aquel 1973 fue de vértigo. La rápida renuncia de Cámpora -forzada por el propio peronismo- obligó a nuevas elecciones presidenciales, donde esa vez sí, Juan Domingo Perón era postulado para su tercer mandato (junto a su mujer Isabel) y con un favoritismo absoluto. Orilló el 62% de los votos. El radicalismo igual se presentó, casi como testimonial. Y entonces su líder y candidato, el legendario Ricardo “Chino” Balbín, llevó como compañero de fórmula... a De la Rúa. Era su ingreso a las ligas mayores.
La larga noche de la dictadura lo alejó -como a tantos otros- de los focos de la política. Todo había cambiado en 1983, con el retorno de la democracia luego de la aventura en Malvinas. Raúl Alfonsín emergía como el nuevo, carismático y movilizador líder del radicalismo. De la Rúa quedaba dentro de una línea más conservadora que, aunque se presentó en la interna, poco podía hacer ante el hombre que produjo el milagro de batir al propio peronismo y ganar la presidencia desde diciembre de 1983.
De la Rúa volvió a Senado, para el que intentó una reelección seis años más tarde. Allí fue víctima de una picardía que le impidió asumir: fue el candidato más votado en la Capital, pero un sorpresivo acuerdo entre el peronismo y la Ucedé de Alsogaray (que enseguida tendría su correlato en el gobierno de Menem), lo dejó fuera de la Cámara.
Sin embargo, fue ganando predicamento dentro de un radicalismo diezmado por el final de la presidencia de Alfonsín -que terminó adelantado la entrega del mando- y la derrota de Angeloz ante Menem. Y alcanzó uno de sus momentos estelares con la victoria electoral de 1996, cuando se convirtió en el primer jefe de Gobierno porteño elegido por el voto popular. De aquella gestión -que significó su trampolín a la Presidencia- no se recuerdan mayores obras, pero sí un prolijo manejo de las cuentas y a un dinámico Enrique Olivera como el hombre a cargo del día a día.
De la Rúa parecía prepararse para un destino mayor. La alianza con la centroizquierda, liderada por “Chacho” Alvarez y con predicamento en los sectores urbanos, fue el empujón que la UCR necesitaba para volver al poder.
Hubo una interna (De la Rúa vs. Graciela Fernández Meijide), donde el peso del aparato y la tradición radicales resultaron insuperables. Después, ambos unieron fuerzas para ganar la elección de 1999 contra el peronismo, que llevaba a Eduardo Duhalde como candidato. Pero, está dicho, aquella ilusión se evaporó rápidamente. Entre el corralito, los saqueos, las marchas y los fuegos de diciembre, la vida política de Fernando de la Rúa había concluido.
Clarin
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