Un "Halcón" de Malvinas este sábado aterrizará en Realicó

El comodoro (R) Héctor Hugo "Pipi" Sánchez llegará el día sábado para brindar una charla sobre sus experiencias durante la guerra de Malvinas volando un emblemático Douglas A-4 Skyhawk con el cual protagonizó importantes misiones a las islas, destacándose un regreso al continente de ribetes épicos.

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REALICÓ | La presencia del hoy Comodoro (R) Héctor Sánchez se da tras la iniciativa de un particular que lanzó la idea, convocó a un grupo de allegados y así se pudo armar la visita a suelo pampeano. Será un evento único, cargado de mucha emoción, donde el piloto militar no solo se referirá a sus incursiones en las islas argentinas sino que se repasarán distintos aspectos de las Fuerzas Armadas y en especial de la Fuerza Aérea desde aquel entonces a la actualidad. Un dato no menor es que los costos logísticos de esta visita son afrontados por particulares, con la intención de no generarle al municipio gastos. Participando sí la comuna, con el aporte del Centro Cultural y de Convenciones, lugar donde se llevará adelante el encuentro, recinto excepcional que cuenta con todas las comodidades tanto para el orador como para la audiencia, apoyando además con distintos aspectos organizativos desde el área de Cultura municipal.

Se podrá además apreciar una selección de algunas maquetas de aviones construidas por el piloto realiquense Fernando Pérez, Las cuales presentan un grado de detalles y calidad constructiva sorprendente, convirtiéndose en piezas muy interesantes y atractivas. Las mismas son armadas en base a kits comerciales, y pintadas mediante diversas técnicas, sobre todo aerografiado, reproduciendo detalles como desgastes por el uso, manchado por humo y pérdidas de fluidos. Será una interesante oportunidad para que los visitantes puedan interiorizarse sobre esta apasionante disciplina que demanda gran dedicación y paciencia para lograr los mejores resultados a través de infinitos detalles.    

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La cita es este sábado 13 de abril, a partir de las 19:30 horas, en el Centro Cultural y de Convenciones, con entrada libre y gratuita abierta a todo público, se solicita dentro de los posible asistir con una bandera argentina para una foto grupal, siendo el evento coordinado desde la Jefatura del Aeródromo realiquense. Otro actor importante para el desarrollo de este evento es el Aeroclub Realicó, donde se recibirá al comodoro Sánchez quien ha manifestado esa intención, y donde el sábado por la noche luego de la charla, se lo agasajará con un asado de camaradería entre pilotos y allegados de la región. El cupo es limitado para este evento debido al espacio del salón social de la institución, ya se están tomando las reservas para la misma. 

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Algo sobre la vida de Héctor Hugo "Pipi" Sánchez

Héctor Sánchez tenía el futuro arreglado. Estudiaría ingeniería mecánica en San Nicolás, su ciudad natal. Finalizaba el quinto año de la secundaria cuando su compañero de banco le cambió la vida. Héctor le preguntó que estudiaría y el amigo le respondió que entraría en la Escuela de Aviación Militar. El no sabía qué era y le explicó que allí se estudiaba para ser piloto de caza. Decidió que eso quería ser.

Como los tiempos de inscripción terminaba, todo lo hizo a las corridas cuando su papá José le prometió ayudarlo. “Total, en tres meses estás de vuelta…” Solo de porfiado, aguantó los cuatro años de cadete, no le gustaba, recordó en una nota publicada por Infobae que “fueron tiempos difíciles”, pero que se fue quedando.

Egresó como oficial en 1975 y al año siguiente cuando hacía el curso de piloto, su papá falleció. En Mendoza hizo la instrucción de piloto de caza y lo enviaron a Villa Reynolds a volar los A 4B.

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Se considera casi como un elegido: el año en que entró había 2000 anotados; ingresaron 300, se recibieron 45 y solo 8 se transformaron en pilotos de caza.

Junto a otros compañeros estaban en Venezuela haciendo prácticas con un simulador de vuelo -en nuestro país no había- cuando los hicieron regresar de urgencia. Se habían recuperado las Malvinas.

Quisieron dejarlo en Buenos Aires y fue en vano su pedido de que lo llevaran al sur. Ante una nueva negativa, pidió ir a combatir como un infante. No había caso. Recurrió a su último recurso: llamó a un superior en Villa Reynolds, quien intercedió y se transformó en el primer adscripto voluntario en el segundo escuadrón en Río Gallegos.

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Tenía 28 años, era primer teniente y desde el primer año de la Escuela de Aviación era conocido como “Pipi”, ya era que era flaco y chiquito, como un pajarito. Dio gracias al cielo ser soltero, ya que no dejaría ni viuda ni huérfanos.

Sánchez fue uno de los pilotos que atacaron a la flota inglesa el 8 de junio de 1982, que pasó a la historia como el mayor desastre británico en la guerra de Malvinas.

Ese martes 8 de junio integró la primera oleada de ataque. De los ocho aviones que despegaron, tres debieron regresar. En el momento, se conformó una sola escuadrilla con el primer teniente Carlos Cachón, el alférez Leonardo Carmona, Rinke, el teniente Daniel Gálvez y el alférez Hugo Gómez.

Cachón fue el líder. Rinke lo recuerda como un piloto muy prolijo. Junto con el primer teniente Mariano Velasco (que había impactado el Coventry el 25 de mayo), tenía un alto promedio de puntería.

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El día presentaba muy baja visibilidad, con mucha neblina. Volaban al ras del agua. Para ese piloto de 26 años era algo “muy lindo y desafiante” y no sentía el temor de lo que pudiera pasar.

Haciendo cuentas, tomó conciencia que la suya era de las promociones más jóvenes que estaban combatiendo: dos tenían 25 años, otros dos 26 y uno 28.

Tuvieron dificultad en identificar a los buques enemigos, camuflados en la costa. En una de las pasadas, fue Gómez el que los avistó. La escuadrilla realizó un amplio viraje hacia la derecha para atacar.

Les llamó la atención no recibir fuego enemigo. Atacaron al Sir Galahad y al Sir Tristam: las bombas arrojadas por Cachón dieron en el blanco y las arrojadas por Rinke rebotaron en el agua y terminaron explotando en la costa. Luego regresaron, sin reaprovisionarse.

Ese martes 8, Héctor Sánchez no la pasaría bien.

A bordo de un A-4B participó finalmente en cuatro misiones, “ninguna fácil”, admitió. El 22 y 24 de mayo a la Bahía de San Carlos y el 7 y 8 de junio en Bahía Agradable. Acotó que en las tres primeras habían “vuelto todos”.

Tenía una cábala. Nunca permitió que se le tomasen fotografías.

Sánchez tenía un mal presentimiento. Estaba convencido de que los estarían esperando. Cuando era asistido por un mecánico antes del despegue, se acercó el suboficial Ayudante Pedro Santillán, encargado de la primera línea de mantenimiento en Río Gallegos. “El Negro”, era un cordobés muy querido por sus subalternos y respetado por sus superiores. “¿Usted va al objetivo o de reserva?”, le preguntó. “Voy al blanco”. Le dio un beso en la frente. “Que Dios lo bendiga”. El mismo ritual lo repitió con otros dos pilotos.

Despegaron a las tres de la tarde cuando lo ideal, según Sánchez, hubiese sido haber salido todos con la primera escuadrilla. Eran seis aviones en dos formaciones. La primera integrada por el primer teniente Oscar Berrier, el alférez Jorge Vázquez y Héctor Sánchez; la segunda, a un par de minutos detrás, por el primer teniente Danilo Bolzán, el alférez Guillermo Dellepiane y el teniente Juan Arrarás.

Tanto Berrier como Dellepiane debieron regresar por fallas. Se armó una sola formación con los pilotos restantes, tratando de esquivar la tormenta y la lluvia.

El día era espantoso y costó ubicar al Hércules de reaprovisionamiento. Recordó llegar al sur de Puerto Argentino y formarse paralelos para ir, en vuelo rasante, hacia el este. Recibieron de tierra disparos de tropas inglesas mientras a su derecha el enemigo lo hacía con misiles y artillería de 35 milímetros.

Sánchez describió la situación como “un verdadero infierno”. Era notorio el ruido que provocaba los impactos de proyectiles sobre el fuselaje. En una de las pasadas intentó dispararles a tropas británicas pero los cañones se trabaron.

Seguían volando los cuatro. Cuando Vázquez lo sobrepasó, iban rumbo sur en busca de blancos. A la derecha se distinguían dos gruesas columnas de humo blanco de los buques atacados a la mañana.

El cielo se había despejado.

Sánchez giró la cabeza hacia atrás tanto como le era posible para ver si tenían aviones enemigos. Alcanzó a ver a un Sea Harrier piloteado por David Morgan quien años después le dijo que no le pudo tirar un misil porque la computadora había fallado. Le disparaba con sus cañones de 30 milímetros.

Mientras tanto, Bolzán divisó una lancha de desembarco. Arrojó una bomba que dio en el blanco, luego el buque recibió otras tres de Arrarás, mientras Vázquez pasó por delante de la proa sin soltar los proyectiles.

Sánchez remarcó que todo ocurría en cuestión de segundos. A su derecha vio a dos Sea Harrier. Cuando planeaba la arriesgada maniobra de pasarles por arriba a los aviones enemigos y descargarles las bombas, porque sus cañones no funcionaban, uno de ellos lanzó su misil.

Los pilotos argentinos rompieron el silencio de radio y ensayaron las maniobras para desembarazarse de los misiles. Uno impactó en la cola del avión de Arrarás, quien se eyectó y cayó al agua. Lamentablemente no lo encontraron.

Los misiles eran detectables desde muy lejos, porque por el frío dejaban una intensa estela blanca. Uno dio en la cola del A 4B de Jorge Vázquez que, cuando explotó, hizo detonar las tres bombas que llevaba dado que aún no las había utilizado. Fue tal la explosión que Sánchez percibió las vibraciones en su avión.

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Alférez Jorge Vázquez 

Vio a Bolzán haciendo su escape por izquierda y luego lo perdió de vista. Sánchez estaba conmovido. “Se me fue el profesional de adentro. Había perdido a hermanos, amigos; a esa altura todos éramos familia”.

Consciente de que un Sea Harrier volaba por encima suyo, se desprendió de las tres bombas y de los dos tanques de combustible y puso dirección al continente en vuelo rasante. Vio una cortina de lluvia y se metió con la esperanza de que el agua enfriase el motor y su calor no guiase a los misiles enemigos.

Cuando volaba por el sur del Estrecho de San Carlos, revisó los instrumentos. Le quedaba combustible para cinco minutos de vuelo y aún lo separaba una hora quince de Río Gallegos. Tenía dos opciones: eyectarse, caer prisionero o terminar herido por la caída o continuar hacia la base. Eligió esta segunda opción.

Se elevó a 15 mil pies para economizar combustible. Volvía solo. “Es lo peor que le puede pasar a un piloto de combate”, explicó. Llamó al Hércules de reaprovisionamiento, por si aún estaba en zona. Milagrosamente, el vicecomodoro Alfredo Cano le respondió. Sánchez le dijo que volaba solo, que habían derribado a sus compañeros, dio la posición donde Arrarás se había eyectado y les comunicó que tenía solo 500 libras de combustible.

“Pibe, quedate tranquilo que te vamos a buscar”. Ante el miedo de caer en el medio del mar, Cano le respondió: “Hoy el único lugar donde te vas a bañar es en el casino de oficiales”.

221054_112717418814405_2896974_o (1)  Un A4 a punto de acoplarse al reabastecedor

El Hércules le pasó las coordenadas, pero su avión no tenía el radar Omega. Ubicarlo era encontrar una aguja en un pajar. Cuando el Hércules captó la señal VHF de la comunicación del avión, le indicó a Sánchez el rumbo que debía seguir.

Aún no había dejado Malvinas y estaba oscureciendo. Hasta que vio un punto blanco que venía en dirección contraria. Era el Hércules. Sánchez nunca supo cuánto combustible le quedaba porque no quiso volver a mirar los instrumentos.

Desde el Hércules le indicaron que no se desenganchase, porque perdía combustible por los orificios que tenía el avión. Voló una hora acoplado hasta tener a la vista Río Gallegos. Cuando se le apareció la ciudad fue “como ver París”, confesó.

Cuando aterrizó, tuvo un montón de sensaciones encontradas. Los mecánicos, que esperaban a los otros pilotos, lloraban; él no podía desengancharse el arnés, un mecánico intentó hacerlo y discutieron. Solo recuerda revolear el casco, después todo es borroso.

El dolor por los compañeros caídos fue muy grande. “Conocíamos a sus esposas, sus novias, sus padres”, explicó Sánchez.

De todos tenían una historia. El entrerriano Bolzán, que era compañero de promoción, era muy divertido, aunque lo más aconsejable era no hacerlo enojar. Decía que era “de la capital del huevo”. Rinke lo describió como “afable, querible, muy buena persona”. Se entendían muy bien porque el año anterior había volado mucho con él.

El “turco” Arrarás era un platense muy católico. Con Rinke eran muy cercanos. Se habían puesto de novios en Córdoba y ambas mujeres también eran amigas. Y el “Gordo” Vázquez era un rosarino rubio de ojos celestes, bonachón, amable, un gran nadador. Este piloto es quien le da nombre a la Escuela de Vuelo Teniente Jorge Vázquez del Aeroclub realiquense.

Cuando Sánchez llegó a Comodoro Rivadavia, preguntó por la dotación de los Hércules. Pidió por Cano. “Yo soy el primer teniente Sánchez. Desde hoy usted y la dotación del Hércules que me salvó son mis segundos padres”, le dijo. Le entregó lo más valioso que tenía, un rosario que lo había acompañado durante la guerra. Ambos lagrimearon.

Sánchez se casó en 1984, tiene tres hijos y cinco nietos. En 2019 volvió a las islas con Luis Cervera y el hijo de Bolzán. “Es mi hijo adoptivo”, contó. Confesó que el viaje no le hizo bien, que si bien fue como un cierre de ciclo, volvió mal. Rinke nunca viajó, dijo no haber tenido la oportunidad y los recuerdos que le vienen no son gratos.

A Sánchez hay uno que asegura que nunca se le borrará: la profunda hermandad con sus compañeros y ese beso en la frente del Negro Santillán.

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