
Kroneberger apoyó el proyecto de Financiamiento Universitario y la Emergencia Pediátrica y de Residencias
El Senador Nacional, Daniel Kroneberger (UCR) aprobó leyes que apuntan a fortalecer la salud pública y la educación universitaria.
"Las mujeres están siendo y serán las más afectadas por esta crisis", advierte la alta comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, Michelle Bachelet. No, no habla de índices de mortalidad por género del Covid-19, sino que traza una visión más abarcadora del impacto de este sacudón planetario.
Nacionales03/05/2020
"Las mujeres son mucho más susceptibles que los hombres a trabajar en empleos informales, sin cobertura médica, ahorros o pensiones", subraya. La expresidenta chilena llama, además, la atención sobre las medidas de emergencia que muchos gobiernos toman por decreto.
Eso, como primer eje. Pero Bachelet amplía aún más el espectro. "La pandemia ya ha tenido un impacto en los derechos fundamentales alrededor del mundo", lamenta, sea porque regímenes autoritarios aprovecharon para reducir aún más libertades y garantías de sus ciudadanos, o porque gobiernos democráticos debieron avanzar en ese terreno para aplanar la curva de contagios. Si es así, aclara, "la legislación de emergencia debe ser estrictamente temporal y tiene que ser supervisada por los órganos legislativos y judiciales".
Le preocupa, dice, que "la pandemia no ha hecho más que resaltar las inequidades" entre naciones ricas y pobres, y dentro de cada país. "No es cierto que la pandemia nos iguala. Los más pobres están pagando un precio mucho más alto que los ricos -señala-, simplemente por tener menos recursos con los que protegerse del virus".
¿Qué hacer ante semejante panorama? "Solidaridad, esa es la mejor estrategia", replica, además de que "una respuesta coordinada sería beneficioso para todos". Porque "la pandemia es global, entonces la respuesta también debería ser global", dice, aunque ve que se desaprovechan las oportunidades de liderazgo?
-Usted ya alertó repetidas veces durante las últimas semanas sobre los riesgos derivados de esta pandemia en las libertades fundamentales, ¿pero cree que impactará en los derechos humanos de algún modo en particular? ¿Acaso por regiones? ¿O en el respeto de algún derecho más que en otros, como la libertad de expresión? ¿O en la protección debida a los presos, quizá?
-La pandemia ya ha tenido un impacto en los derechos fundamentales de miles de personas alrededor del mundo. Es algo que está ocurriendo constantemente. Inmigrantes y solicitantes de asilo siendo expulsados o deportados sin el debido proceso; inmigrantes aislados en recintos que incumplen los mínimos estándares; inmigrantes cuyos propios países impiden regresar; personas Lgtbi siendo perseguidas y detenidas o evitando procurar asistencia médica por miedo; personal sanitario siendo acosado por sus propios vecinos; personas con un perfil racial específico siendo discriminadas; mujeres siendo maltratadas por sus parejas en el marco del confinamiento; mujeres sin acceso a anticonceptivos u otros métodos de planificación familiar; reos abarrotados en cárceles sin posibilidad de mantener la distancia física esencial para prevenir el contagio; periodistas siendo atacados, expulsados y encarcelados por informar sobre los estragos causados por el coronavirus y sobre la respuesta dada por los gobiernos... podría seguir durante horas. Lamentablemente, el número de violaciones a los derechos humanos y a las libertades fundamentales es enorme y ocurre en muchos lugares del mundo.
-En esa línea, ¿observa que esta pandemia está alentando el resurgimiento del autoritarismo, la xenofobia y otros flagelos?
-Sin duda, algunos gobiernos están usando la crisis generada por la pandemia para restringir derechos e imponer modelos de gestión menos democráticos. Hemos visto casos en que se está desoyendo y desobedeciendo lo que dictaminan tribunales judiciales o se ignora al Poder Legislativo. En algunos casos se han implementado leyes de emergencia sin que se haya establecido un plazo para revisarlas. Otros mandatarios deciden legislar por decreto saltándose el orden constitucional. A todo eso yo le llamo actuar de forma autoritaria. La ley internacional es muy clara al respecto: la legislación de emergencia debe ser estrictamente temporal y tiene que ser supervisada por los órganos legislativos y judiciales pertinentes. Las legislaciones de emergencia que cercenan derechos deben tener una fecha límite, deben ser proporcionales y deben ser revisadas periódicamente. No veo que estos lineamientos se sigan en todos los lugares. Hay casos extremos en los que en el marco de la emergencia se han cometido graves violaciones a los derechos humanos y en los que personas han resultado heridas e incluso muertas. Y quiero resaltar algo: incluso en el caso de que se haya decretado el estado de emergencia, hay derechos que no se pueden suspender, no se pueden derogar, como la prohibición del maltrato o la detención arbitraria. Hay mandatarios que se están aprovechando para emitir leyes contra la supuesta desinformación, y lo que están realmente haciendo es cercenar la legítima labor informativa. La información es crítica en una sociedad democrática, la crítica no es un crimen. Estoy muy preocupada de ver cómo algunos líderes utilizan la pandemia para perseguir a oponentes políticos, defensores de derechos humanos o grupos vulnerables, como el colectivo Lgtbi. Hay casos en los que se ha intentado aprobar leyes claramente rechazadas por la población aprovechando la imposibilidad de la gente de salir de su casa para manifestarse. Y sí, lamentablemente, hay gobernantes que están siendo xenófobos y que están usando la crisis para reforzar sus políticas excluyentes, nacionalistas y racistas, o para usar a los inmigrantes como chivos expiatorios.
-¿Teme que la pandemia acentúe las desigualdades, la brecha entre naciones ricas y pobres, como así también entre los sectores más ricos y más pobres dentro de cada país?
-No lo temo, ya lo estoy viendo, está ocurriendo. La pandemia no ha hecho más que resaltar las inequidades. Las desigualdades preexistentes tanto entre naciones como, especialmente, en el interior de los países, se están agrandando a pasos agigantados. No es cierto que la pandemia nos iguala. Los más pobres están pagando un precio mucho más alto que los ricos, simplemente por tener menos recursos con los que protegerse del virus. Desde lo más básico: el acceso a los servicios de salud. Millones de personas no pueden acceder a ellos o porque no existen o porque no pueden pagarlo. Se puede observar en países ricos y en países pobres. La pandemia está afectando a las personas más vulnerables, los más pobres de la sociedad, los que viven en barrios más deprimidos. Ya hay estadísticas que demuestran la estratificación social de la epidemia: barrios pobres en sociedades ricas donde el Covid-19 hace estragos porque están poblados con trabajadores con empleos más propicios al contagio y con un mayor índice de enfermedades preexistentes, derivadas de una dieta pobre y de falta de cuidados médicos. Barriadas de chabolas, llámense shantytowns, favelas o villas miseria, en las que la cercanía social y la falta de saneamiento complican enormemente la implementación de medidas de prevención. Ello sin hablar de los 700 millones de personas en el mundo que viven sin agua corriente. ¿Cómo se les puede pedir que se laven las manos, si no tienen ni para beber? La protección social es otro ejemplo. Los países con recursos están ayudando a sus ciudadanos a paliar la falta de ingresos derivada del confinamiento. La mayoría de los países menos desarrollados no podrán hacerlo, y aquellos que lo intenten, no tendrán suficientes recursos para asistir a los millones de personas que habrán perdido sus ingresos o su forma de subsistencia. La brecha se está agrandando. Y seguirá agrandándose porque serán las economías más pobres las más afectadas, solo hace falta leer las previsiones del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial para ver que los países más pobres serán los más afectados y a los que más les costará salir de la crisis en la que quedarán sumidos. Es por ello que el secretario general de las Naciones Unidas [António Guterres] ha hecho un llamado a los países más ricos para que hagan un esfuerzo extra y ayuden a los más pobres. Hemos visto algunas acciones, como el aplazamiento de la deuda externa. Pero se necesita hacer mucho más, porque, si no, la brecha entre y dentro de países seguirá agrandándose.
-Apoyada en su experiencia como presidenta de Chile y como alta comisionada, ¿cuál considera que sería la estrategia más adecuada -o menos mala- para reducir los efectos nocivos de este sacudón global?
-Solidaridad, esa es la mejor estrategia. Porque hay que vencer al virus en todos y cada uno de los rincones en el mundo para evitar más muertes y para prevenir que resurja. Y después, solidaridad en la respuesta, centrarse en los más vulnerables, que son los que más habrán sufrido las consecuencias de la pandemia. Es por ello que abogo por que las políticas de recuperación tengan perspectiva de género. Las mujeres están siendo y serán las más afectadas por esta crisis. Las mujeres son mucho más susceptibles que los hombres a trabajar en empleos informales, sin cobertura médica, ahorros o pensiones. Y por supuesto pienso que es importante aprender de lo sucedido, analizar qué falló y por qué, qué es lo que faltaba y empezar a trabajar desde ya para corregir, subsanar, enmendar, crear? para estar mejor preparados para la próxima vez. Empezando por reforzar los sistemas públicos de salud, entendiéndolos como una inversión no como un gasto. Y hay que reconstruir de forma diferente, tenemos que crear sociedades más inclusivas, más igualitarias. Y donde el desarrollo sea sostenible.
-Otra vez, apoyada en su doble experiencia como presidenta de Chile y como alta comisionada, ¿ve posible un acuerdo multilateral que incluya a gobiernos y organismos internacionales para buscar una salida consensuada?
-Es exactamente lo que debería ocurrir. Por supuesto que cada país debe establecer sus prioridades en función de sus necesidades, pero una respuesta coordinada sería beneficiosa para todos. La pandemia es global, entonces la respuesta también debería ser global. Y en ese esfuerzo la ONU es clave. Su propio nombre lo indica: Naciones Unidas. El organismo nació para evitar conflictos y autoayudarse en tiempos de crisis. Los que trabajamos en ella somos funcionarios de todos y todas. Y estamos aquí para ayudar, asistir, asesorar sobre nuestras respectivas áreas de conocimiento. En mi caso estoy aquí para alertar de los abusos y violaciones cometidos, y para brindar directrices sobre cómo se debería actuar para evitar más erosiones de derechos.
-En esa línea, ¿por qué considera que esta pandemia representa una "prueba colosal para los liderazgos", como ya ha remarcado ante la prensa?
-Porque los líderes están enfrentando enormes retos y van a tener que resolver un sinnúmero de desafíos para los que probablemente no estaban preparados. Y se necesita mucha entereza, mucho sentido común y mucho equilibrio. Los y las líderes del planeta están teniendo que tomar decisiones dificilísimas para proteger a sus ciudadanos de una enfermedad mortal y al mismo tiempo mantener sus economías a flote. Todos los planes prepandemia se han hecho trizas y ahora todo debe repensarse con la perspectiva de una recuperación y una vuelta a la normalidad incierta. Como decía antes, están los que aprovechan la pandemia no para mejorar su gestión, sino para reducir el espacio democrático, erosionar derechos e implementar políticas para sacar rédito político. También me entristece que haya líderes que pretendiendo hacer lo correcto sigan vulnerando derechos, como es el caso en los que ha habido excarcelaciones como una política de evitar el contagio en las prisiones, pero no se ha liberado a los presos políticos. Hay muchas oportunidades de mostrar un real liderazgo y se han desaprovechado completamente.
El Senador Nacional, Daniel Kroneberger (UCR) aprobó leyes que apuntan a fortalecer la salud pública y la educación universitaria.
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El resultado final positivo de 271.000 millones de pesos marca un hito para la historia de la compañía.
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