VIVENCIAS DE UN AMIGO VETERANO DE GUERRA

Notas de Color 11 de junio de 2020 Por Martín Hernán Martini
 “Primera parte de la historia personal de un Veterano del Monte Longdon, en un nuevo aniversario de una de las batallas más duras de la Guerra de 1982”
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Pedro Erramouspe estaba cumpliendo con su servicio militar obligatorio en el Regimiento N° 7 de La Plata “Coronel Conde”, cuando se enteró, aquélla mañana del 2 de abril de 1982, que nuestro país había recuperado las Malvinas. Tenía 19 años.

Es oriundo de Capital Federal, actualmente vive en Santiago del Estero, donde formó su familia, y tuve la dicha de encontrarme con él en Malvinas, ya que nos alojábamos en el mismo hotel. Estaba acompañado por Víctor Cisneros, hermano de un ícono de la Guerra como fue nuestro héroe Mario “Perro” Cisnero, caído en acción en el Monte Dos Hermanas. Cisnero era comando de la compañía 602 a cargo del por entonces Mayor Aldo Rico.

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Apenas nos conocimos, descubrí en Pedro una persona franca, sincera y dispuesta a cultivar los valores de la amistad. En síntesis, una persona de bien. Así, entre mate y mate en el lobby del hotel, nos contó a Pali y a mí que es Veterano de Guerra, y que había luchado nada más ni nada menos que en el combate de Monte Longdon… uno de los más duros y encarnizados de la campaña. No lo podíamos creer!!! Tener allí, delante nuestro, una parte viviente de nuestra GESTA. En mi caso un escalofrío y piel de gallina me recorrió todo el cuerpo.

Formó parte del Grupo Apoyo de la 3° Sección de la Compañía de Infantería “B”, como cargador de mortero de 81 mm. Tras unos días de alistamiento en el cuartel, el 11 de abril partió hacia Malvinas, donde llegó –tras una escala en Río Gallegos- el día 13. Apenas bajó del Hércules que lo trasladó, lo sorprendió el intenso frío y el viento, con quienes tendría que convivir de allí en adelante.

El destino asignado a la compañía “B” del Regimiento 7 fue el Monte Longdon, distante unos 25 km del aeropuerto. Para su sorpresa, no hubo ningún medio de transporte disponible que los trasladara, por lo tanto no tuvieron otra alternativa que empezar una penosa y dura caminata hacia aquél lugar, con sus armamentos y bolsones porta equipo al hombro. A mitad de camino se desató un fuerte temporal de viento y lluvia, que los obligó a detener su marcha y guarecerse en unos galpones de esquila. Aquella noche, recuerda, el abarrotamiento de soldados en ese lugar era tal, que durmió sentado sobre un alambre de púas cubierto con un cuero de oveja. No tuvo espacio ni para desplegar su bolsa cama…

Al día siguiente, 14 de abril, tras otra larga caminata, llegó finalmente a destino, junto con sus camaradas. Remarca Pedro que una vez arriba, inmediatamente se dió cuenta lo duro que iba a ser vivir a la intemperie, con un clima sumamente hostil: la turba esponjosa, la lluvia, el barro y el viento helado. Enseguida les impartieron las órdenes para empezar a construir sus posiciones: pozos en la turba helada donde guarecerse y pasar las noches. También su grupo (de 5 soldados) debió armar, detrás de unas piedras, otra posición para el mortero, con una buena base para evitar que el cañón se hundiera con cada uno de los disparos. No poseían fusiles FAL, sino tan solo pistolas 9 mm, como todos los soldados de los grupos de apoyo.

En una pausa, nos cuenta de su familia, su esposa y su hija. Nos promete una visita a La Pampa, cosa que cumplió a los pocos días de que volvimos de las islas. Pasó por Realilcó, mi familia pudo conocerlo y quedó la invitación para, en una próxima pasada, compartir un buen asado. Me dejó en esa oportunidad, diversos objetos de Malvinas que conservo como un tesoro.

Volviendo a aquéllos años, Pedro recuerda que una de las cosas que más falló durante la guerra fue la logística: el racionamiento (alimento) era escaso, y solo llegaba a la cima del monte un caldo frío, que semejaba ser un guiso, poco sólido, y que encima -en el trayecto desde la cocina de campaña hasta las trincheras- se derramaba la mitad por las características de los cilindros en que se llevaba. Eso hizo que él y sus compañeros de grupo, tuvieran que pensar “alternativas” para proveerse de comida: primero salieron a cazar ovejas. Luego se enteraron que los campos lindantes estaban minados, por eso idearon otro plan…

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Decidieron bajar de Longdon y recorrer los 20 km hasta Puerto Argentino en busca de alimento, lo que se veía favorecido por encontrarse a retaguardia de la posición, sobre la ladera que daba al pueblo.

Relata que uno de sus compañeros, no sabe cómo, consiguió un brazalete con las siglas “P.M.” (Policía Militar) unidad que era la encargada de custodiar, entre otras cosas, los codiciados depósitos de víveres. Con ese salvoconducto, uno de los de su grupo entraba al galpón, mientras los demás esperaban afuera, y por una ventana les iba pasando todo tipo de provisiones: latas de comida, dulce de leche, leche, mermeladas, hasta botellas de whisky…

Una vez llegados a las posiciones, repartían el “botín” con muchos otros compañeros que no podían bajar al pueblo. Este proceder que, según dice, lo realizaban “casi todos los días”, les permitió alimentarse bastante bien, a diferencia de muchísimos infantes de otras unidades que sufrieron un racionamiento insuficiente, en calidad y cantidad, que repercutió negativamente sobre su estado de salud física y emocional. Regresó al continente, rememora, sin haber perdido “un gramo de peso”.

Así iban transcurriendo los días, entre el mejoramiento de las posiciones, la limpieza del armamento, las guardias rotativas, las “visitas” al pueblo y, cuando el tiempo lo permitía, darse un buen baño en alguna de las pequeñas lagunas circundantes. Cuando el grupo terminó su “pozo” o refugio, sobre el mismo desplegaron una lona cubre-carpa a modo de “techo” que los protegía, en parte, de las continuas lloviznas y demás inclemencias de la vida a la intemperie. Trataban de estar aseados (dentro de lo posible), bien afeitados, en definitiva, verse bien a pesar de las circunstancias extremas que estaban viviendo, como una forma de mantener la moral lo más alta posible. No obstante, un problema eran las frecuentes lluvias, que los hacía estar buena parte del tiempo mojados.

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La espera se hacía interminable. Hacia principios de Junio, el bombardeo nocturno de la artillería naval y de campaña inglesa se intensificó, comenzando a desgastar aún más a las tropas argentinas. El avance de los británicos hacia la primera línea de defensa, donde se encontraba Pedro, continuaba inexorablemente: el cerco táctico sobre Puerto Argentino se iba cerrando definitivamente y el combate final se aproximaba.

Y finalmente ello ocurrió durante la clara noche del 11 de Junio de 1982: aproximadamente a las 9 de la noche, mientras se encontraba debajo de unas piedras tomando leche caliente con sus compañeros, sintió unos ruidos. Le tocó salir a él a ver que pasaba, ya que era quien estaba más cerca de la salida del refugio. Cuando lo hizo, el mismo infierno se le presentó ante sus ojos.

El combate de Monte Longdon había comenzado.

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IMG-20200128-WA0113DE REALICÓ A MALVINAS: "EL ÚNICO CAMINO PARA RECUPERAR LO QUE NOS PERTENECE, ES EL DE LA PAZ"

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