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Policías avanzaron contra los manifestantes. Hubo varios afectados por gas pimienta.
En 1906 se organiza la primera carrera automovilística de Argentina. 24 máquinas “infernales” brindan “uno de los espectáculos más hermosos que haya presenciado aquella Capital argentina”.
Nacionales09 de diciembre de 2020En su edición del 10 de diciembre de 1906 el diario “El País”, que fuera fundado por Carlos Pellegrini, dice así: “Con todo éxito se realizó la primera carrera de automóviles que se haya corrido en la República, habiéndonos tocado la satisfacción de ser los primeros iniciadores de esta clase de concursos; y es más: de que no haya habido que lamentar el más mínimo accidente, si se descuentan los pequeñísimo y comunes en esta clase de pruebas…”. Así comienza la crónica precedida por titulares poco usuales en aquella época y cuyos caracteres hoy parecerían delgados e insignificantes. Al final de ellos se encuentra el que reza: “Todos los detalles”.
Decauville Voiturette, así se llamaba el primer automóvil a explosión de gasolina que ingresó en el país adquirido por Dalmiro Varela Castex en 1896.
La verdad es que esos “todos” son muy escasos, pero no perdamos de vista el lejano 1906, ya que se trataba de la primera competencia automovilística de trascendencia. Si el deporte no ocupaba entonces lugares destacados en los periódicos no lo tendría tampoco el que recién se iniciaba. El juego de pelota con sus frontones había dado paso al ciclismo, que se constituyó en el deporte de moda a fines del siglo pasado y comienzos del presente hasta contar con tres velódromos en plena actividad en Buenos Aires y tener revistas especializadas; ya se abría paso el fútbol pese a ser “cosas de ingleses locos” y corrían días de Alumni, el conjunto inolvidable que habría de merecer más cuartillas en las crónicas retrospectivas futuras que en los años de sus magníficas campañas.
Lógico es admitir, entonces, que “todos los detalles” de la crónica de “El País” fueran realmente muy escasos. Para dar una idea más exacta de esos albores deportivos en Buenos Aires consignamos el siguiente dato: el diario “La Argentina”, que impulsó firmemente los deportes, por aquellos días ubicó en sus páginas un anuncio por el cual solicitaba cronistas de fútbol “siendo inútil presentarse sin tener conocimientos del juego y de los jugadores de primera división”.
El diario que en estos momentos insertara un anuncio de tal naturaleza tendría que pedir colaboración a la policía a fin de evitar que la multitud de postulantes volteara sus puertas y creara un serio problema de tránsito, pues se presentarían millares de posibles cronistas muy versados en lo que atañe al reglamento futbolístico y conociendo a jugadores de primera división y hasta de categorías inferiores con pelos y señales.
En la prueba participaron 24 máquinas que recorrieron 38 km 200 metros.
No nos extraña que la crónica diga poco del concurso automovilístico en el cual se disputó la copa donada por el diario “El País”, a lo que agregó 500 pesos en efectivo para el vencedor, como tampoco se extienda en referencias a la carrera preliminar que se efectuó en el trayecto de ida y con la intervención de máquinas de mayor potencia que las admitidas en la principal. La crónica consigna la llegada de 24 coches al punto de partida, frente a cuya caravana ubicó el suyo don Dalmiro Varela Castex en su carácter de presidente del A.C.A., para iniciar la marcha hacia el camino que la citada entidad había hecho construir y que llegaba hasta Olivos. Tenía suelo de tierra apisonada y bien lisa, guardaganados, alambrados para evitar la entrada de animales y vehículos de tracción a sangre, todo lo cual lo convirtió en la única pista que existía para automóviles en aquella época.
Los párrafos precedentes son extraídos del libro “Medio siglo de automovilismo argentino” que nos brinda la pluma de Ricardo Lorenzo (Borocotó). Arranca con la primera competencia en rutas de que se sabe en nuestro país, el que habría de ser esencialmente rutero por muchos años.
El certamen se disputó hasta Tigre y regresó con neutralizaciones al paso por Olivos, San Isidro y San Fernando, por lo que de carrera libre el recorrido alcanzó a 38 kilómetros 200 metros, de acuerdo con las mediciones realizadas por la actual oficina cartográfica del Automóvil Club Argentino. Luego de consignar las máquinas competidoras y sus conductores y de dar cuenta del litigio entablado entre el Automóvil Club y las autoridades provinciales acerca del tránsito en ese camino desde Núñez a Olivos a lo largo de alrededor de cinco kilómetros, pleito en el que terció el Touring Club y que determinó que la primera entidad citada lo mandara a arar.
El autor del libro vuelve a la crónica del diario “El País” para extraer párrafos como el siguiente: “Al llegar la caravana a la altura de Avenida Alvear y Pueyrredón los coches aceleraron la marcha y entonces el numerosísimo público estacionado en las aceras contempló uno de los espectáculos más hermosos que haya presenciado esta Capital, lo que arrancó salvas de aplausos con exclamaciones a nuestro diario, las que se repetían al paso de cada coche”.
Eso ocurría en la mañana del domingo 9 de diciembre, cuando don Dalmiro Varela Castex imprimía en su máquina una velocidad de treinta kilómetros horarios al frente de la ruidosa y trepidante caravana de coches que participaría de la competencia, la que había congregado, contándose sus componentes y los entusiastas que concurrieron con sus vehículos a la Recoleta, “no menos de doscientos automóviles”. Dicha cantidad significaba una cifra fabulosa en un lugar en donde ahora se hace difícil cruzar a pie por el incesante tránsito.
Máquinas similares a la de la foto participaron de la primer prueba automovilística que se disputó en el país.
Ha de suponer el lector –dice Borocotó- cómo habrá convulsionado a la Gran Aldea el anuncio de una carrera de automóviles. El clamor alarmista fue violentísimo contra las llamadas “máquinas infernales”, por lo que se procuró dotar a la prueba de todas las garantías posibles fijando tramos neutralizados y soportando los organizadores durísimas censuras, entre las que no faltaron las periodísticas.
¿Cómo serían por esos distantes días las muy incipientes poblaciones de Olivos, San Isidro y San Fernando, lugares de apacibles y apartados retiros, casi campo todo si la ya pujante Buenos Aires era considerada como la Gran Aldea? No serían necesarias las neutralizaciones, pero el anuncio de la carrera levantó tales olas de protestas que fue preciso revestirla de todas las posibles seguridades, y por ello el diario que figura como organizador consigna al comienzo de su crónica que no hubo que lamentar el más mínimo accidente. No obstante, los hubo que continuaron arreciando contra “las máquinas infernales que levantaban densas polvaredas a su paso”.
Reseña de: El Gráfico
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