Augusto Vega, un realiquense en California

Si Estados Unidos es, de por sí, una tierra de oportunidades, California lo es por excelencia", asegura Augusto Vega, un argentino nacido y criado en un pequeño pueblo de La Pampa llamado Realicó, publica el Diario La Nación en su sección "Destinos inesperados"

Notas de Color 13 de enero de 2021 InfoTec 4.0 InfoTec 4.0
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   En familia, festejando un cumple en una playa de San Diego. Crédito: Augusto Vega

Sin embargo, en los diez años que lleva viviendo en el potente país del norte, para Augusto es importante enfatizar la expresión "en general", al referirse a las múltiples y diversas posibilidades de crecimiento.

Apasionado a la hora de emprender cada uno de sus asuntos personales y profesionales, él es consciente de que esta es una característica que congenia a la perfección con el sistema estadounidense, y con un país que, ante todo, está basado en el mérito.

"Más esfuerzo ponés, más crecés", dice. "Siempre he valorado esta cualidad de la sociedad norteamericana, pero no es gratis. Si te descuidás es fácil convertirse en un workaholic. Por otro lado, considero que es una tierra de oportunidades `en general´, pero no en todos los casos. Tristemente, con el tiempo descubrí que coexisten dos grupos poblacionales: aquellas personas que tienen acceso al sistema -con trabajos bien remunerados, buena cobertura médica, educación de calidad- y aquellas que no. Y ese equilibrio, que es muy endeble, se ha visto en jaque durante el 2020 por diversas cuestiones socio-políticas sin precedentes, muchas de las cuales este país no ha sabido (o no ha querido) resolver a lo largo de su historia. Cuando me mudé nunca imaginé que sería testigo de dichas manifestaciones. En particular, es impactante la cantidad de personas sin hogar viviendo en condiciones marginales en calles y plazas. San Diego está entre las cinco ciudades con más `sin techo´ en los Estados Unidos".

Pero, aún a pesar de los claroscuros develados, Augusto halló en el sur de California una atmósfera inigualable, que en apenas unos días lo supo conquistar. Y el camino que lo llevó hacia aquellas tierras fue uno intenso e impregnado de enseñanzas.

Estudiar y perfeccionarse para salir a ver el mundo

Desde su rincón pampeano querido, Augusto Vega atravesó su infancia y adolescencia preguntándose cómo sería "el resto del mundo". Sin internet, todo lo que podía construir en su mente se alimentaba con la pura imaginación. A medida que las fantasías crecían, su objetivo en el horizonte se perfilaba cada vez más claro: de grande saldría a explorar qué es lo que verdaderamente había más allá de las fronteras conocidas.

Con la llegada de la primera juventud la intensidad de su deseo comenzó a golpear su pecho con tal fuerza, que lo abarcaba todo. Ya no podía proyectar otra forma de vida que no implicara el desarraigo; ese dejar el "lugar de uno" para conocer otras realidades.

"Por eso, cuando decidí estudiar ingeniería informática en Buenos Aires, en cierta medida sabía que esa carrera sería mi pasaje para poder viajar", revela pensativo. "Una vez que me gradué, decidí hacer estudios de doctorado en el exterior y pensé: el primer destino que surja, allí iré".

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   El joven argentino jamás hubiera imaginado que años más tarde estaría sobrevolando una costa lejana junto a su gran amor. Según Augusto, el ruido de las olas y el viento se acentúa en el silencio del parapente sobre las playas de San Diego. Crédito: Augusto Vega
 

Ese destino fue Barcelona. Corría el año 2007 y un buen día Augusto se halló parado en Ezeiza con su sueño en forma de pasaje de ida en mano, y el apoyo pleno de sus padres y hermana. La incondicionalidad hizo todo más fácil para el corazón, pero el joven sentía que, en el fondo, ellos tenían la idea de que tal vez volvería pronto.

"Aún recuerdo la expresión de mi papá cuando me dio el último abrazo antes de embarcar: `¡bah... ya van a ver que en tres meses lo tenemos de vuelta...!´, lanzó al aire mientras se secaba las lágrimas con las mangas de la camisa", rememora el argentino, conmovido.

Para Augusto tampoco fue sencillo. Barcelona emergía como un destino amigable, pero se trataba de su primer viaje solo, sin regreso programado, a otro continente. De pronto, todo se tiñó de pura incertidumbre.

La decisión más valiosa de la vida: Barcelona, un amor y Estados Unidos en el horizonte

Los primeros amaneceres catalanes fueron solitarios. Las semanas transcurrían extrañas y para Augusto se hicieron difíciles de sobrellevar. Los domingos al mediodía escuchaba a una familia vecina reunirse para el almuerzo e inmediatamente lo invadían recuerdos de sus propios domingos junto a sus padres, hermana, abuelos, tíos, en su Realicó natal.

"Me pregunté si realmente había hecho bien en irme y si tal vez no sería mejor volver a Argentina y seguir mi vida en mi tierra", confiesa. "Pero, poco a poco, mi estadía en Barcelona empezó a hacerse interesante: mis estudios de doctorado se volvieron una gran motivación, y durante los primeros meses conocí a muchos compañeros de clase que se volvieron amigos. Cada vez más, sentía que Barcelona era mi `nueva casa´. Hoy, casi catorce años después, miro hacia atrás y pienso que esa fue una de las decisiones más valiosas que tomé en mi vida. Los casi cuatro años que estuve allí fueron únicos: por primera vez sentí que yo era el dueño de mi propia vida, casi como un renacer".

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   Por aquellos años, en Camp Nou, previo a un partido del Barcelona, club del cual Augusto se enamoró. Crédito: Augusto Vega
 

Augusto no solo terminó su doctorado, también conoció a Chiara, una chica italiana, mientras tomaba clases de tango en el barrio El Raval. En una de las prácticas, descubrió que compartían la misma pasión por conocer diversas culturas, algo que lo enamoró irremediablemente.

Por ello, cuando Augusto recibió una oferta laboral en Nueva York, ella no dudó en acompañarlo. Estados Unidos surgió como una nueva oportunidad de expandir su mente y darle mayor forma a su gran sueño de ver el mundo.

Estados Unidos: El "trajín" de la Gran Manzana, los hijos y volver a soñar

Cambiar Barcelona por Nueva York resultó mucho más impactante de lo que hubiera imaginado. Junto a su mujer, Augusto pronto se encontró viviendo en Harlem, en el corazón de la cultura afroamericana de la ciudad.

"Todo era muy diferente. La cultura y la idiosincrasia de la gente del barrio eran lejanas a cualquier experiencia que hubiese vivido antes en Argentina o en España. Y, aunque podíamos comunicarnos, nuestro nivel de inglés no era tan bueno como para entablar una conversación rica. Así que, durante un tiempo, el sentimiento de aislamiento fue cobrando importancia - solo contrarrestado por las interacciones esporádicas con compañeros de mi nuevo trabajo. Y, aunque Chiara disfrutaba mucho más de la experiencia cultural que estábamos viviendo, a mí se me volvía cada día más insostenible. Para alguien nacido y criado en un pueblo pampeano, el trajín de la Gran Manzana era difícil de resistir", reflexiona.

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   Augusto y un "asado" en el parque Morningside, en el corazón de Harlem (Nueva York). Crédito: Augusto Vega
 

A pesar de las dificultades, Augusto aprendió a cerrar los ojos y recordar el anhelo desmedido por viajar que tenía desde niño. "¡Ahora estoy acá, conociendo otras culturas! ¡Este siempre ha sido mi sueño!", se decía. Y así, tal como sucedió en Barcelona, de a poco empezó a sentir que Estados Unidos era un sitio donde podían construir una vida.

"Chiara y yo decidimos casarnos en el ayuntamiento de la ciudad de Nueva York, acompañados por un par de testigos casuales: dos compañeras de una escuela de idioma a la que asistía Chiara en Manhattan. A este casamiento formal lo siguieron dos bodas más, en Argentina y en Italia, con nuestras familias y amigos cercanos. Y después de estas tres bodas llegaron los niños, Niccolò y Nina - dos nuevos y fervientes `exploradores´ en el equipo", dice con orgullo.

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   El momento del "sí" en el ayuntamiento de la ciudad de Nueva York (New York City Hall). Crédito: Augusto Vega


Luego de algunos años neoyorquinos, la idea de buscar nuevos horizontes volvió a invadir el espíritu del argentino y su esposa. Pensaron en volver al viejo continente e incluso fantasearon con Hawái. Pero continuar con el "sueño americano" fue más fuerte y, de pronto, apareció San Diego como un destino ideal. No tenían nada que perder, y Augusto había logrado cierta flexibilidad laboral que le permitía el trabajo remoto. El sur de California los esperaba.

El clásico "road trip" americano: Estados Unidos y su pasión por las largas distancias

Su pequeño coche pasó desapercibido en la interestatal 80 (I-80). ¡Los camiones con remolque y camionetas eran tan monstruosas! Augusto y su familia habían cargado algunas pertenencias para emprender una de las mayores aventuras de su vida: durante catorce días recorrieron casi 6000 km y atravesaron doce Estados con niños de 3 y 1 año a bordo.

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    El "road trip" desde Nueva York a San Diego. Crédito: Augusto Vega
 

"La idea de cruzar Estados Unidos de costa a costa estaba en mi lista de sueños por cumplir. Acá, la idea de hacer road trips de miles de kilómetros es mucho más común de lo que imaginaba, en coche o casa rodante. Al norteamericano `tipo´ le apasiona manejar y viajar largas distancias. Como consecuencia, la infraestructura de las carreteras y servicios está muy desarrollada, incluso en los lugares más recónditos. Esto nos dio cierto alivio; fue una experiencia intensa, bastante extenuante, pero sin dudas inolvidable. En el camino encontramos comunidades Amish en Pensilvania e Indiana, visitamos un pueblo `fantasma´ (Cisco, en Utah), atravesamos desiertos interminables (¡cruzando los dedos para llegar con nafta al siguiente destino!), y nos quedamos sin aliento al toparnos con parques nacionales como Arches y Zion. ¡Nuestra travesía se había vuelto una escena de Thelma y Louise!", rememora el argentino con una sonrisa.

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   Parque nacional Zion: uno de los sitios que el matrimonio y sus pequeños hijos visitaron en su viaje desde Nueva York a San Diego.
 

San Diego, California: Clima perfecto, vida relajada y un lugar ideal para los niños

Llegaron en mayo de 2019. Una familia filipina los recibió con extrema calidez y les mostró su primer hogar, un pequeño departamento que habían alquilado para sus comienzos. A diferencia de las transiciones previas, esta nueva mudanza tuvo un impacto agradable. Durante los primeros días en San Diego, Augusto pronto descubrió que mudarse había sido una gran decisión: habían arribado a un lugar en el mundo con un clima perfecto, un ritmo de vida muy relajado y acceso a atractivas playas.

"Me impresionó", cuenta Augusto. "Enseguida supe que San Diego poseía los ingredientes justos para convertir nuestra aventura en única. Desde el comienzo, vimos cómo el nuevo estilo de vida impactaba positivamente en nuestros hijos, que por fin pasaban la mayor parte del día jugando al aire libre o en la playa. Eso nos daba tranquilidad cuando surgía la pregunta: ` ¿Fue esta una buena decisión para los niños? ´".

"Acostumbrado a mirar cada día la aplicación del clima en mi teléfono en Nueva York, me di cuenta de que, en el sur de California, esa app cae en desuso: todos los días son soleados con temperaturas muy agradables, salvo por unas pocas semanas en junio cuando el fenómeno June Gloom nos visita", continúa. "El ritmo de vida aquí es mucho más relajado, se percibe una atmósfera que los californianos de la zona llaman con orgullo laid back (relajado). Cuando fui al peluquero por primera vez, y entre charlas y corte estuve una hora y media, entendí que perdería el tiempo intentando poner prisas a cualquier persona de SoCal (abreviación del término Southern California, o Sur de California). Así que opté por lo más lógico: vivir a este nuevo ritmo".

La playa como escenario para afianzar la amistad y el surf como forma de vida

Las semanas transcurrieron intensas en el camino de adaptación a una nueva y atractiva realidad. Con el paso del tiempo, Augusto y Chiara conocieron personas y entablaron nuevas amistades. En San Diego, en general, encontraron gente abierta y amigable.

"En Argentina, cuando conocemos a alguien, invitarlo a tomar unos mates es nuestra manera de darle la bienvenida y decirle tácitamente `ya sos parte del grupo´. Acá, en California, eso pasa cuando te invitan por primera vez a ir juntos a la playa. El mar y el surf se vuelven una suerte de mecanismo de comunión entre lugareños y extraños".

"De hecho, el surf fue una de las cosas que más me llamó la atención cuando llegamos. Muchas personas van con su surfboard al trabajo, atada en el techo del auto, y aprovechan cualquier pausa para `montar una ola´. Es tan popular como andar en bicicleta, y los niños son expuestos a la actividad desde muy pequeños. Eso también crea una conciencia sobre la importancia del medio ambiente y una particular conexión con el océano que no había visto antes".

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   "Surf", océano, y atardeceres únicos constituyen el marco perfecto para socializar y conocer nuevas personas. Crédito: Augusto Vega
 

El año 2020 llegó y con él la escenografía mutó: los paisajes y las relaciones se transformaron. Las grietas en su patria adoptiva se revelaron con claridad. Aún así, para Augusto, un hombre que encara cada aspecto de su vida con extrema pasión, Estados Unidos, y en especial California, sigue siendo la tierra de las oportunidades para espíritus como el suyo.

Argentina: Que la realidad no distorsione los recuerdos

Volver a la Argentina es siempre reconfortante. Pero, a pesar de sentirse en paz con su elección de vida, la experiencia le ha demostrado a Augusto que el desarraigo es una herida que, más grande o más pequeña, no cierra nunca.

"Volver a `casa´ y recibir el cariño de todos ellos es vital. Los viajes a la Argentina y a Italia para ver a la familia de Chiara se volvieron esporádicos. Uno de los últimos, un par de años atrás, tuvo que ver con el fallecimiento de mi padre. Cuando se vive lejos el pensamiento `¿cuándo sucederá?´ se vuelve frecuente. Pude viajar unos días antes y estar con él en su última semana de vida. Cuando miro hacia atrás, me siento afortunado por eso. No siempre se tiene la oportunidad de llegar a tiempo", dice emocionado.

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   Además de playas y surf, el sur de California ofrece cadenas montañosas de más de 3.000 metros de altura, ideales para el montañismo y para esquiar. Crédito: Augusto Vega
 

"Alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio... pero... ¿cuándo? ¡Si siempre estoy llegando!, diría Troilo", continúa. "Lo cierto es que cuando vuelvo es como si no me hubiera ido. Disfruto de la compañía de la familia, de las visitas a los amigos, de caminar por el pueblo, y de la belleza de lo simple. Del mate con `carasucias´. De estar ahí, y no estar en otra parte. Tal vez, lo más importante es volver a Realicó solo para asegurarme que el tiempo no haya pasado. Porque no importa dónde esté, el lugar donde nací será siempre mi `lugar seguro´. Pero el tiempo, inexorable, pasa. Y el pueblo y las personas cambian. Y, poco a poco, quedan menos cosas indelebles, menos viejos edificios, menos caras iguales. Y uno sigue luchando para que esa nueva realidad no distorsione los recuerdos más sagrados que llevás dentro. Porque cuando volvés a irte, esos recuerdos siguen siendo el único recurso para paliar el desarraigo. Este es mi secreto más preciado".

Convertirse en uno más: El secreto para expandir la mente

Catorce años atrás, un joven de 27 años salió de un pequeño pueblo argentino a conquistar un sueño: ver el mundo. Hoy, Augusto recuerda con orgullo su capacidad de trascender las fantasías de la infancia y adolescencia para convertirlas en una realidad, a pesar de su inquebrantable amor por el suelo natal.

"Dejar tu lugar para conocer el mundo constituye, a mi parecer, un ejercicio pedagógico sin parangón. Te acerca a otras culturas, a costumbres diferentes, a perspectivas alternativas. Así, inevitablemente, te replanteás verdades `absolutas´ y aspectos fundamentales de la vida. Las cosas dejan de ser blancas o negras para convertirse en una escala infinita de matices", observa el hombre de 41 años.

"Pero esto no pasa automáticamente; es importante predisponerse, abrir la mente. Con cada llegada mi misión fue convertirme en uno más en el nuevo destino. Vivir como un lugareño, experimentar sus costumbres y hábitos, hablar su lengua, fundirme en su cultura. Creo que es un aspecto fundamental de este proceso de expansión mental; de lo contrario, no funciona. El resultado te desprende un poco más de tus raíces originales, pero te une un poco más con el resto del planeta. Las fronteras son relativas, se deshacen, te volvés `ciudadano del mundo´. El nivel de satisfacción es tan grande que, a pesar del dolor del desarraigo, repetiría este camino una y mil veces si volviera el tiempo atrás. Esto es lo más cercano a la felicidad que he podido experimentar, y el objetivo más transcendental de mi vida".

La Nación. 

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