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“Segunda y última parte del combate del Monte Longdon, desde la mirada del VGM Pedro Erramouspe”.
Notas de Color14/06/2020
Martín Hernán Martini






Pedro pudo rehacer su vida. A pesar de los duros años de posguerra, signados por el ocultamiento y destrato de una sociedad que no se hizo cargo de la derrota, se casó, formó una hermosa familia y consiguió trabajo, haciéndose fuerte en sus afectos más cercanos. Hoy es jubilado del Banco de la Nación Argentina. Lamentablemente, muchos de sus compañeros no corrieron la misma suerte, abandonados por un Estado ausente, que durante largo tiempo les dio la espalada, algo que recién en años recientes se revirtió, aunque solo en parte.


Siente orgullo de sus camaradas de Longdon: de los que volvieron, de los que quedaron para siempre custodiando nuestras islas y de los que se fueron después: aquellos no pudieron saltar el trauma de la guerra, prisioneros de sus recuerdos, ansiedades y depresiones no resueltas.
Ha vuelto a recorrer el campo de batalla en varias oportunidades. Allí quedaron grabados a fuego en su memoria, sobre ese monte de turba y piedra que recorre una y otra vez, las vivencias y sensaciones de haber participado del fragor de la batalla, aquél lejano 11 de junio de 1982.

Apenas salió del refugio donde estaba, el dantesco espectáculo de balas trazantes, bengalas iluminantes, explosiones de artillería y disparos de fusiles y ametralladoras, hizo que se diera cuenta al instante, que el momento de la verdad había llegado. Sobre el frente del cerro, había comenzado la encarnizada lucha entre sus camaradas ubicados en la vanguardia y los infantes ingleses. Si bien ellos estaban más atrás, como grupo de apoyo que eran, enseguida los proyectiles y balas empezaron a picar por todos lados.
Inmediatamente se ataron los borceguíes, tirados en el piso, dado que los proyectiles trazantes ya les pasaban apenas metro y medio por encima de sus cabezas. Esas balas curiosamente les salvaron la vida, ya que al poder observar las balas iluminantes se mantenían agachados, evitando pararse, y así ser “cortados al medio” por la barrera de fuego. Dentro de este súbito y terrorífico panorama, corrieron como pudieron hacia su posición de combate, que era un pozo con capacidad para los cinco integrantes del grupo Apoyo: armaron el mortero y empezaron a tirar hacia el frente.
El cabo Infante reglaba el tiro, un amigo de Pedro (José Cardozo) preparaba los proyectiles, otro apuntaba y Pedro cargaba y tiraba. Comenzaron a hacer fuego en medio de la oscuridad, intentando hacer blanco sobre las tropas enemigas y dar apoyo de fuego a sus compañeros enfrascados en combate. En un determinado momento, los ingleses detectaron la posición del mortero y empezó a caer sobre ellos fuego de artillería.
Era tanto el fuego que recibían que decidieron hacer un alto con el mortero, y se metieron los 5 en el pozo. Comenzó allí un momento de zozobra interminable: se abrazaron, se persignaron, y solamente les restaba esperar que ninguna bomba cayera sobre ellos. La turba temblaba a su alrededor, mientras la tierra, piedras y esquirlas volaban por todos lados en medio de la oscuridad. A pesar de ese infierno, salieron ilesos: Aparentemente los británicos pensaron que los habían barrido al silenciarse el mortero, ya que de pronto dejaron de tirar. Inmediatamente el grupo reanudó el combate, empezando a disparar nuevamente todo lo que les quedaba.
Al mismo tiempo, la situación sobre la cresta del Longdon empeoraba para las tropas nacionales. Los británicos, haciendo uso de su ilimitado poder de fuego, visores nocturnos, más el apoyo de la artillería de naval y de campaña, lograron que las posiciones defensivas fueran cediendo poco a poco. Luego de la caída del subteniente Baldini, bravo jefe de la 1° Sección, empezaron a tomarse los primeros prisioneros. Ya los muertos de uno y otro bando se encontraban esparcidos por doquier.
En determinado momento, se produjo el contraataque de la sección del subteniente Balmaceda, quien subió en apoyo de la primera y segunda sección de la compañía. Sin embargo, la suerte del combate no cambiaría.
A pesar de la dura resistencia de nuestros soldados, hacia el amanecer el monte estaba prácticamente capturado por las fuerzas enemigas. Ya para las seis de la mañana, había ingleses por todos lados, y desde la posición de Pedro empezaron a ver muchos camaradas que bajaban heridos, replegándose como podían. Su grupo había agotado la munición hacía rato, solo les quedaba esperar nuevas órdenes, hasta que un teniente primero, quien venía replegándose juntando soldados dispersos y heridos, les ordenó dirigirse a retaguardia.

Así lo hicieron y en la mañana del 12 de junio, entraron a la localidad. Allí estuvieron Pedro y algunos de sus compañeros hasta un intento de contragolpe, organizado a las apuradas en la tarde del 13 hacia las alturas lindantes al pueblo, que finalmente no llegó a concretarse, porque el Mayor a cargo decidió que iban directamente al “matadero” ya que casi todo estaba tomado por tropas enemigas. De hecho, esa misma noche, los británicos darían el asalto final sobre Puerto Argentino, batiendo las últimas líneas de la defensa, sobre los Montes William, Tumbledown y Wireless Ridge.
Finalmente, en la fría mañana del 14 de junio de 1982, se concertó un alto el fuego entre los mandos británicos y argentinos. Horas después, el General Mario Benjamín Menéndez rendía la plaza al General Jeremy Moore concretándose así la amarga caída de Puerto Argentino. Todo había terminado. La Union Jack flameaba nuevamente en Malvinas, luego de ser arriado el pabellón nacional.

Mientras tanto, Pedro y sus compañeros permanecieron en Puerto Argentino dos días más. Todo era un gran desorden y confusión, mientras soldados de ambos bandos se cruzaban, muchos de ellos aún con sus fusiles y pistolas. Ya prisionero, debió entregar su armamento previo embarcar en el “Camberra”, que los trajo de regreso al continente. Desembarcó en Puerto Puerto Madryn el 17 de junio, ciudad que les dio una calurosa bienvenida.
Así termina la historia de Pedro en la guerra de 1982, que es la historia misma de lo que ocurrió en Malvinas por aquellos días. Empezaría a partir de allí para él y todos los Veteranos, un largo y arduo camino en busca de reencauzar su vida. No sería sencillo, dado los estigmas de la desmalvinización, que aún perduran hasta nuestros días.
También termina, en este nuevo aniversario del final del conflicto, este ciclo de anécdotas e historias que he intentado transmitir luego de mi viaje a las Islas, rescatando algunos de los sucesos más trascendentes de la contienda. Obviamente han quedado de lado muchos otros, que quizás algún día pueda abordar, siempre con la misma idea de poner mi humilde granito de arena en pos del reconocimiento de nuestros Caídos y Hermanos Veteranos de Guerra.
Esos que fueron, y son, como Pedro Erramouspe, ejemplos de valores e integridad, tan necesarios –y escasos- en la Argentina de nuestros días. Porque como dice Nicolás Kasansew, reivindicar la causa Malvinas, no es hacer apología de la guerra, mucho menos de una dictadura militar. Pensar Malvinas es, o debiera ser, la apología de nuestros Héroes y de los valores que dejaron como legado a la sociedad.





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